domingo, 30 de diciembre de 2012

Claudio Sanchez


Las bellas durmientes
Marcos Loayza retorna con una comedia en clave de policial. De estructura cinematográfica perfecta y con un guión sólido, el director presenta una historia en Santa Cruz de la Sierra, una bella durmiente en sí. El papel del cabo Quijpe posiciona a Luigi Antezana como uno de los mejores actores del país. 
Redescubrimos a un autor que tiene firma y sabe contar una buena historia sabiendo qué decir y cuándo hacerlo. (C.S.)

Las bellas durmientes: un policial encomiable Franchesco Díaz Mariscal*


Las bellas durmientes: un policial encomiable
Franchesco Díaz Mariscal*
Déjenme comenzar por el final. No voy a contarles cómo acaba la película, sino por el crédito dedicatorio cuando la pantalla se va a negro: “Al Rulo”. Listo. Se me hizo un nudo en la huata y tragué saliva dos o tres veces. Lo mismo les debió pasar a todos quienes lo conocimos. Por eso, esta reseña también va para el hermano de Marcos, Raúl Loayza Montoya, fallecido el año pasado.
Las bellas durmientes significa el retorno a la pantalla grande con una cinta de ficción luego de nueve años para Marcos. Casi una década silente —aunque entremedio haya habido trabajos, públicos y de los otros— implica bastante para un realizador, incluso en países de producción dispersa como el nuestro (Eguino se puso detrás de cámaras luego de 23 años; Sanjinés, cuando hizo Los hijos del último jardín, llevaba nueve sin hacer nada). Lo bueno, y hay que decirlo ya mismo, es que ese retorno se hace con un muy buen producto, tanto en lo narrativo como en lo técnico.
Marcos tiene la teoría de que un espectador nunca se aburre con sus películas. Podemos discrepar, aunque es verdad cuida mucho la expectativa, cedazo del cual nos valemos los cineastas para capturar boquiabiertas a las audiencias. Y en Las bellas, su primera experiencia con el género policial, lo consigue sin maniqueísmos ni efectos baratos de posproducción; es, para puntualizar al lector despistado, puro mérito de quien sabe contarnos algo.
Y quede claro no es el policial de receta: cadáver(es)+policía a punto de jubilarse con policía novato+sicópata maldito in extremis. Esta es una película policial al más puro y libre estilo del Loayza. Partamos por el hecho de que se ve muy poca, casi nada de sangre; agreguémosle que las occisas son verdaderas maniquíes a quienes poner alguna mácula es casi un sacrilegio; rematemos con que la dupla antagónica (no hablo de quien asesina a las bellas) en realidad es la de quien quiere hacer lo correcto —el cabo Quijpe— y quienes no le dejan —su obtuso jefecito el sargento Vaca y, en esencia, el sistema corrompido.
Aunque se pretende, con más sarcasmo que honestidad claro está, desligarse del bulto de entrada nomás con un cartón donde se dice, al estilo de Confidencias, que cualquier parecido con la realidad no es cosa de quienes participaron en la cinta, es por demás evidente que lo mostrado en la proyección sí quiere reflejar cómo andamos en el país.
¿Alguien, verdaderamente, puede decir que confía en la Policía Boliviana? Más allá de su risible lema “Contra el mal, por el bien de todos”, demostrado con creces y a diario está que se trata de una de las más (sino la mayor) corruptas instituciones en el país. Y ni este ni los gobiernos precedentes tienen los cojones para hacer podas porque, contra lo que debería suponerse genere, la Policía mete miedo a todos por igual.
Marcos se mofa de esto con ese humor negro suyo que, a quienes seguimos su obra, nos encanta. Y para ello escoge la vía más inteligente: crearnos empatía inmediata con el protagonista (Luigi Antezana, lejos en su mejor actuación en pantallas nacionales), padre soltero y dependiente de los humores que se le metan en el calzón al calzonudo viriloide superior.
El Cabo Quijpe (con jota, como pone en el pecho de su camisa) es el único que intenta resolver los misteriosos asesinatos de las beldades, apoyado en partes por la Choca (Paola Salinas). El Sargento Vaca (Fred Núñez), entre tanto, quiere salir del embrollo mediático cuanto antes y, como buen especimen de la casta policial, busca salidas y soluciones facilonas —inevitable, disculpen el paralelo, pensar en el famoso Odón Mendoza.
Al más puro estilo de quien practica la mexicana Ley de Herodes (“o chingas o te jodes”), o la más cercana Ley de Arteaga (“el que caga, caga”), el sargento decide que ese cabito no va a joderle la carrera —la secuencia donde se enfrentan es memorable y tal vez la más intensa en lo dramático y emotivo en la película—. Lo manda a cuidar unos pollos, algo que debe ser peor, para los pacos en La Paz, que llegar al cuerpo de Bomberos (no es sarcasmo: indaguen y se enterarán que el cuartelito en la Sucre es un destino castigo para los verde olivo).
Quijpe lucha entonces contra la doble moral del superior, contra un sistema que de por sí ya viene podrido porque no todos pueden ser tocados por las yemas justicieras (puede dar fe cualquiera que haya tenido la desdicha de llegar a la otrora PTJ o la actual FELCC) y contra el potencial desempleo, algo que le privaría, aún más, en su espartana vida al lado de su niña escolar.
Párrafo aparte merecen las imágenes aéreas de Santa Cruz, donde se rodó y produjo toda la trama. Preguntarle a una cruceña por un lugar determinado y que ella no lo reconozca es lo mejor (más allá de los años de eventual lejanía de la indagada para con su tierra natal) que puede pasarle a un cineasta, creo. Se ha logrado así mostrar una ciudad distinta, aun desconocida para sus propios moradores.
Loayza cierra, pero no cierra. Es su estilo y se respeta, aunque quizás en esta cinta hubiera caído mejor un verdadero desenlace y no el cuasi abrupto fade a negro para dar lugar al cartón dedicatorio ya comentado. Más de uno saldrá con dudas por ese hecho, pero no desmerece todo lo presentado antes e incluso —intuimos a esto apuntaba Marcos— abre puertas a la esperanza de una potencial mejoría.
El tiempo dirá si es la mejor película en la obra del cineasta paceño, pero sí podemos afirmar, sin temor a yerros ni haber visto todas las estrenadas, que es la mejor película nacional de 2012. Eso por si sólo ya la convierte en una cinta encomiable. Gracias por volvernos a hacer querer nuestro cine.

* Magister en guión, periodista, crítico de cine y cineasta.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Loayza en estado puro de RIcardo Bajo


Por: Ricardo Bajo H. | 23/12/2012
1.- Las bellas durmientes es una película de Marcos Loayza, cien por cien Loayza. El cineasta paceño traslada su sello particular, tan paceño como las montañas telúricas que rodean a La Paz, a la ciudad de Santa Cruz. Y no por ello pierde su manera de colocar la cámara, su autoría, sus personajes, su forma de ver el mundo, siempre entre el pesimismo existencial, el humor negro que todo lo toca, la crítica social ácida, la timidez galopante y los mensajes de esperanza a pesar de los pesares.
2.- Las bellas durmientes nos regala un duelo actoral “de película”: Luigi Antezana (en un momento sublime en el teatro y en el cine tras estrenar en apenas dos semanas la obra teatral Arte y la peli mencionada) es el cabo Miguel Quijpe, con “j”. Y Fred Núñez (actor y director de obras como ese gran corto llamado Ring Ring junto a Mónica Heinrich) es el sargento Vaca. 

Luigi compone un personaje ingenuo, dócil, callado, tímido, apesadumbrado, tierno, buen padre, resignado, trabajador, honesto, obediente-rebelde y a pesar de todo… feliz con su destino. Un personaje “loayziano” por excelencia (fiel reflejo del propio director) con multitud de caras; unas oscuras (esa necrofilia sutilmente apuntada); y otras brillantes como la luminosidad del oriente boliviano. Fred es el cruceño fanfarrón, bonachón, capaz de lo mejor y de lo peor (y de reconocer su error “si la pela”); es la hombría rayante con el machismo; es el desparpajo inigualable de “Santa Puej” y su humor carismático a flor de piel. 

3.- Luigi y Fred protagonizan escenas memorables como las bofetadas y puñetes cuando Quijpe se pone a investigar el asesinato de modelos en Santa Cruz por su cuenta. Lo mejor de la pareja es la hilaridad, el retrato vivo de una relación de poder entre el camba sobrador y el colla callado pero pesante. Se agradece especialmente la no caída en los estereotipos facilotes y regionalistas que otras películas bolivianas recientes han explotado hasta lo insoportable-vergonzoso. 

Loayza se muestra otra vez como un experto a la hora de la dirección de actores. La mano maestra ya fue “desmostrada” cuando Marcos supo contener a una actriz con tendencias graves a la sobreactuación y al histrionismo llorón en el teatro, en la figura de Patricia García cuando el propio Loayza la dirigió en su opera prima teatral, El séptimo sentido, estrenada en La Paz este mismo año. Marcos tiene un don a la hora de crear personajes que se quedan en la retina de los espectadores, desde su prometedor inicio cinematográfico con Cuestión de fe hasta estas “bellas” durmientes y “calladingas”.

3.- Las bellas durmientes es un “thriller” policiaco. Pero con las armas clásicas del género negro por bandera, Marcos aprovecha para reírse del propio género, para “deconstruirlo” en las propias maneras del director paceño. Las aventuras y desventuras del cabo Quijpe con sus limitaciones económicas y formativas a la hora de investigar un caso -sustituidas por sus infalibles “tinkazos”- son la excusa perfecta para diálogos imperdibles -otro acierto del filme; para escenas de alta hilaridad contagiosa en una sala oscura. 

4.- Pero toda película perfecta tiene sus “peros”. Los míos particulares son: una banda sonora omnipresente y a ratos obvia (el redoblar de tambores para una escena de persecución es un lugar común impropio de un músico talentoso como Oscar García); una reiteración de las tomas aéreas de la ciudad de Santa Cruz (si se hubiesen reducido a la mitad, la ciudad de los anillos hubiese alcanzado también el perfil de personaje propio dentro); y una visión demasiado idílica de la propia urbe (con una fotografía “limpia” en exceso).

Aún así, tenía que haber llegado un paceño a Santa Cruz para hacer “la” película sobre la ciudad más grande de Bolivia, con sus pros y sus contras, con sus modelos de plástico, con su delincuencia, con su hermosura pícara, con su pujanza imparable, con su particular crisol de la bolivianidad por bandera. Quizás era necesaria una mirada de afuera para retratar a la ciudad de los mil anillos, maravillosos y deformantes.

5.- Las bellas durmientes es también un durísimo retrato de la policía boliviana, fiel reflejo de nuestra propia sociedad: hedonista, informal, corrupta, trabajadora, honesta… como Quijpe y Vaca. Las escenas de pobreza con la que trabaja la policía de base (causa fundamental y radical de sus tendencias “naturales” a la corrupción) pueden parecer en el exterior propias de un realismo mágico adorable y exótico, pero en Bolivia nos hacen reír por ser la “purita” verdad descarnada, que cuando llega en envoltorio de comedia no nos indigna ni sulfura, sino que nos saca risas y sonrisas compartidas. Ya lo dijo el sabio: las penas compartidas son menos penas. Con el paso del tiempo y de los años, se podrán escribir muchas tesis y ensayos sobre los males de nuestra policía, pero quien quiera aproximarse a la “verdad”, tendrá que sentarse a ver y gozar con las “bellas durmientes” de Marcos.

6.- Se acaba de estrenar y Las bellas durmientes ya apunta maneras de convertirse en un gran clásico de nuestro cine. Fábula infantil, comedia negra, suspenso, crítica social, grandes actuaciones, bellas panorámicas de boca abierta, escenas inolvidables (elija usted la suya), buen guión, excelsa dirección de actores…: un cineasta de verdad vuelve a sus mejores momentos para devolvernos la esperanza en nuestra cinematografía, ésa que siempre se mira en nuestro interior, ésa que vive por y para devolvernos nuestra imagen en el espejo identitario de nuestra alma boliviana. 

7.- Lo único que da un poco de “lástima” es que tengan que ser los grandes nombres de nuestro arte cinematográfico los únicos capaces de “satisfacernos”, de rodar películas dignas (con sus aciertos y sus errores), de no avergonzarnos, de no hacernos huir del cine nacional como hábito saludable y alimenticio de nuestras pasiones… Afortunadamente, el público boliviano ha escapado y dado la espalda a esa subespecie de “productos” audiovisuales que no alcanzan los más mínimos estándares de rigurosidad; y también agradece como lluvia en el desierto películas bolivianas como Las bellas durmientes, que nos elevan el autoestima, que nos deja un semblante de satisfacción, que nos iluminan los caminos sombríos de estos años de escasas perlas de cine para llevarnos a los ojos. El cine boliviano es como el fútbol penoso de todos los días: entre la mediocridad del paisaje, uno siempre se puede sorprender con un tricampeonato, con una goleada a la Argentina de Messi, con una victoria contra un equipo brasileño multicampeón, con un documental digno de Mondaca, con un largo de Marcos, con una peli de Valdivia, Boulocq o Bellott… Al resto, con ganas, los mandaba yo a laburar por un tiempo como Quijpe con la “terapia del pollo”, una mezcolanza genial de castigo maoísta de “revolución cultural” e idiosincrasia cruceña pura y dura.

jericoara@yahoo.comhttp://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2012/1223/suplementos.php?id=4285

viernes, 21 de diciembre de 2012

Retrato de familia de Daniel González Gómez-Acebo

http://elsistema.info/index.php?c=Opini%F3n&articulo=Retrato-de-familia&cat=278&pla=3&id_articulo=14799
Decía el maestro Federico Fellini que "un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador". Es cierto, el verdadero arte es así, con cada nueva pasada cambia, se transforma, evoluciona y ofrece más detalles, más tonalidades. Marcos Loayza tiene visos de maestro. Ya lo demostró con su ópera prima, Cuestión de fe (1995), la continuó con El corazón de Jesús (2004) y lo mantiene con Las bellas durmientes (2012). Sin ser su obra cumbre, que aún no ha llegado pero lo hará, su última producción tiene una serie de hallazgos que merecen absolutamente la pena no dejarlos de lado.
La película de Loayza se sustenta sobre tres grandes pilares: primero, la metáfora de país, al límite del absurdo, del sin sentido, el proyecto de una Bolivia en continua construcción y jamás finalizada. Segundo, el humor ácido que destila - en algunos tramos delirantemente corrosivo - dibujando escenas cotidianas, realistas, tan cercanas, que producen una inmediata empatía con el público nacional, que se siente identificado instantáneamente por las situaciones. Y tercero, Las bellas durmientes tiene la gran virtud de no caer en el moralismo fácil, cosa que se agradece, no acaba soltando su gran verdad, su moraleja final.
La nueva obra del cineasta paceño cuenta la historia del cabo Quispe, un policía orureño, humilde y bonachón, que está destinado a la Unidad de Investigaciones Especiales de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Por azares de la vida, el cabo deberá investigar una serie de casos criminales que estremecerán al país. En su faena descubrirá un sinnúmero de secretos de sus colegas, de la sociedad y de su propia naturaleza, que tal vez hubiese preferido mantener escondidos. Santa Cruz, la ciudad en la que se desarrolla la historia, se impone como la gran bella durmiente que atestigua una historia que está llena de hermosas mujeres, crímenes, drama, situaciones absurdamente realistas y personajes que sólo son posibles en nuestro país.
Pero no todo es color de rosa en esta producción, Las bellas durmientes también tiene sus grietas, sus cortocircuitos, por donde la obra no termina de cuajar, de evolucionar: por la debilidad del guión, la fragilidad en la dirección de actores y la interpretación de ciertos personajes. Loayza, como buen alquimista, se atreve a lanzar una suerte de sortilegio en donde se desgranan las miserias, los cretinismos, y los sinsentidos de Bolivia unidos a la nobleza, la bondad, el desparpajo y el pragmatismo de sus ciudadanos. Uno termina la película, sin duda, con una buena sonrisa, pero, como ya observé, no acaba de redondearse por varios detalles. Los más obvios, la falta de profundidad en los personajes, sobre todo en los secundarios, que podrían ser los que aportan con detalles preciosos al conjunto. Al tener poca profundidad, las actuaciones son, en muchos casos, algo enclenques precisamente por eso, porque no supieron insuflar a sus roles, en el guión, de más vida, de más detalles. Destaca, eso sí, la actuación de Luigi Antezana, brillante y tierno a partes iguales, que soporta el peso de la película con holgura. Entre los secundarios, saludar la aparición de jóvenes y bellas intérpretes como Andrea Aliaga o Giselly Ayub, que merecen su lugar en el podio.
Marcos Loayza logra crear con Las bellas durmientes una obra viva, cercana, con un aroma muy simpático, muy próximo. Con sus peros, sí, pero con una sensación positiva que permanece. Al final todos, de alguna u otra manera, formamos parte de este gran mural, de este gran retrato de familia, queramos o no. 

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Sociales Vip

http://www.socialesvip.com/index.php?cat=5999&pla=1&id_articulo=






Marcos Loayza, exigente y apasionado por el arte
 Cómo reconocer a un verdadero artista. En primer lugar, por su trayectoria. Películas como “Cuestión de Fe”, “Escrito en el Agua” y “El Corazón de Jesús”, laureadas a nivel internacional, hablan muy bien de Marcos Loayza, director, guionista y un apasionado por el arte.
 
Tuvimos el honor de hablar con él y su definición de artista resulta muy clara. “El artista ver la realidad desde otro punto de vista. Es capaz de brindar a la sociedad una manera diferente de apreciar la vida, lo que permite al público aprender, generar nuevas visiones y sobre todo, buscar cómo transformar el mundo”.
 
Marcos Loayza siempre está en movimiento. Nunca para y su contacto con el mundo cultural es amplio. En este momento está en plena producción de su nueva comedia “Bellas Durmientes”, una película que abordará temas de la justicia y la discriminación en Bolivia. “El público va a divertirse y también va a festejar el hecho de verse reflejado y al mismo tiempo reflexionar sobre una realidad que nos afecta a todos”.
 
Nuestro entrevistado dice que es complicado como director dominar todos los elementos que intervienen en una película y que le ha tomado muchos años avanzar para conseguir el perfeccionamiento de las técnicas narrativas del cine. En su nueva producción se ha inspirado en la vida cotidiana, que para él representa un sinfín de cualidades que fácilmente se pueden plasmar en un guión. Loayza dice que su estilo narrativo responde a estilo latinoamericano, que respeta el pulso de cada personaje, un criterio que aprendió de grandes guionistas como Jean Claude Carriere y Alfredo Bryce Echenique, con quienes tuvo la suerte de trabajar.
Loayza se define como una persona muy exigente, que busca de manera constante la excelencia en las producciones que realiza. Para él, tanto en la vida como en el trabajo y sobre todo en el arte, lo fundamental es amar por lo que uno hace.

RAYOS X
 
1. El complejo físico que ocultas
Soy feo (sonríe)
2. Le conmueve  
Un acto de bondad   
3. No puede  vivir sin
El control y la televisión
4. Receta para combatir el estrés
El fútbol