miércoles, 26 de diciembre de 2012

Loayza en estado puro de RIcardo Bajo


Por: Ricardo Bajo H. | 23/12/2012
1.- Las bellas durmientes es una película de Marcos Loayza, cien por cien Loayza. El cineasta paceño traslada su sello particular, tan paceño como las montañas telúricas que rodean a La Paz, a la ciudad de Santa Cruz. Y no por ello pierde su manera de colocar la cámara, su autoría, sus personajes, su forma de ver el mundo, siempre entre el pesimismo existencial, el humor negro que todo lo toca, la crítica social ácida, la timidez galopante y los mensajes de esperanza a pesar de los pesares.
2.- Las bellas durmientes nos regala un duelo actoral “de película”: Luigi Antezana (en un momento sublime en el teatro y en el cine tras estrenar en apenas dos semanas la obra teatral Arte y la peli mencionada) es el cabo Miguel Quijpe, con “j”. Y Fred Núñez (actor y director de obras como ese gran corto llamado Ring Ring junto a Mónica Heinrich) es el sargento Vaca. 

Luigi compone un personaje ingenuo, dócil, callado, tímido, apesadumbrado, tierno, buen padre, resignado, trabajador, honesto, obediente-rebelde y a pesar de todo… feliz con su destino. Un personaje “loayziano” por excelencia (fiel reflejo del propio director) con multitud de caras; unas oscuras (esa necrofilia sutilmente apuntada); y otras brillantes como la luminosidad del oriente boliviano. Fred es el cruceño fanfarrón, bonachón, capaz de lo mejor y de lo peor (y de reconocer su error “si la pela”); es la hombría rayante con el machismo; es el desparpajo inigualable de “Santa Puej” y su humor carismático a flor de piel. 

3.- Luigi y Fred protagonizan escenas memorables como las bofetadas y puñetes cuando Quijpe se pone a investigar el asesinato de modelos en Santa Cruz por su cuenta. Lo mejor de la pareja es la hilaridad, el retrato vivo de una relación de poder entre el camba sobrador y el colla callado pero pesante. Se agradece especialmente la no caída en los estereotipos facilotes y regionalistas que otras películas bolivianas recientes han explotado hasta lo insoportable-vergonzoso. 

Loayza se muestra otra vez como un experto a la hora de la dirección de actores. La mano maestra ya fue “desmostrada” cuando Marcos supo contener a una actriz con tendencias graves a la sobreactuación y al histrionismo llorón en el teatro, en la figura de Patricia García cuando el propio Loayza la dirigió en su opera prima teatral, El séptimo sentido, estrenada en La Paz este mismo año. Marcos tiene un don a la hora de crear personajes que se quedan en la retina de los espectadores, desde su prometedor inicio cinematográfico con Cuestión de fe hasta estas “bellas” durmientes y “calladingas”.

3.- Las bellas durmientes es un “thriller” policiaco. Pero con las armas clásicas del género negro por bandera, Marcos aprovecha para reírse del propio género, para “deconstruirlo” en las propias maneras del director paceño. Las aventuras y desventuras del cabo Quijpe con sus limitaciones económicas y formativas a la hora de investigar un caso -sustituidas por sus infalibles “tinkazos”- son la excusa perfecta para diálogos imperdibles -otro acierto del filme; para escenas de alta hilaridad contagiosa en una sala oscura. 

4.- Pero toda película perfecta tiene sus “peros”. Los míos particulares son: una banda sonora omnipresente y a ratos obvia (el redoblar de tambores para una escena de persecución es un lugar común impropio de un músico talentoso como Oscar García); una reiteración de las tomas aéreas de la ciudad de Santa Cruz (si se hubiesen reducido a la mitad, la ciudad de los anillos hubiese alcanzado también el perfil de personaje propio dentro); y una visión demasiado idílica de la propia urbe (con una fotografía “limpia” en exceso).

Aún así, tenía que haber llegado un paceño a Santa Cruz para hacer “la” película sobre la ciudad más grande de Bolivia, con sus pros y sus contras, con sus modelos de plástico, con su delincuencia, con su hermosura pícara, con su pujanza imparable, con su particular crisol de la bolivianidad por bandera. Quizás era necesaria una mirada de afuera para retratar a la ciudad de los mil anillos, maravillosos y deformantes.

5.- Las bellas durmientes es también un durísimo retrato de la policía boliviana, fiel reflejo de nuestra propia sociedad: hedonista, informal, corrupta, trabajadora, honesta… como Quijpe y Vaca. Las escenas de pobreza con la que trabaja la policía de base (causa fundamental y radical de sus tendencias “naturales” a la corrupción) pueden parecer en el exterior propias de un realismo mágico adorable y exótico, pero en Bolivia nos hacen reír por ser la “purita” verdad descarnada, que cuando llega en envoltorio de comedia no nos indigna ni sulfura, sino que nos saca risas y sonrisas compartidas. Ya lo dijo el sabio: las penas compartidas son menos penas. Con el paso del tiempo y de los años, se podrán escribir muchas tesis y ensayos sobre los males de nuestra policía, pero quien quiera aproximarse a la “verdad”, tendrá que sentarse a ver y gozar con las “bellas durmientes” de Marcos.

6.- Se acaba de estrenar y Las bellas durmientes ya apunta maneras de convertirse en un gran clásico de nuestro cine. Fábula infantil, comedia negra, suspenso, crítica social, grandes actuaciones, bellas panorámicas de boca abierta, escenas inolvidables (elija usted la suya), buen guión, excelsa dirección de actores…: un cineasta de verdad vuelve a sus mejores momentos para devolvernos la esperanza en nuestra cinematografía, ésa que siempre se mira en nuestro interior, ésa que vive por y para devolvernos nuestra imagen en el espejo identitario de nuestra alma boliviana. 

7.- Lo único que da un poco de “lástima” es que tengan que ser los grandes nombres de nuestro arte cinematográfico los únicos capaces de “satisfacernos”, de rodar películas dignas (con sus aciertos y sus errores), de no avergonzarnos, de no hacernos huir del cine nacional como hábito saludable y alimenticio de nuestras pasiones… Afortunadamente, el público boliviano ha escapado y dado la espalda a esa subespecie de “productos” audiovisuales que no alcanzan los más mínimos estándares de rigurosidad; y también agradece como lluvia en el desierto películas bolivianas como Las bellas durmientes, que nos elevan el autoestima, que nos deja un semblante de satisfacción, que nos iluminan los caminos sombríos de estos años de escasas perlas de cine para llevarnos a los ojos. El cine boliviano es como el fútbol penoso de todos los días: entre la mediocridad del paisaje, uno siempre se puede sorprender con un tricampeonato, con una goleada a la Argentina de Messi, con una victoria contra un equipo brasileño multicampeón, con un documental digno de Mondaca, con un largo de Marcos, con una peli de Valdivia, Boulocq o Bellott… Al resto, con ganas, los mandaba yo a laburar por un tiempo como Quijpe con la “terapia del pollo”, una mezcolanza genial de castigo maoísta de “revolución cultural” e idiosincrasia cruceña pura y dura.

jericoara@yahoo.comhttp://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2012/1223/suplementos.php?id=4285

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por que machacar lo obvio en nuestra sociedad boliviana ? Espere por horas ver Las bellas durmientes y me sali con la misma sensacion de siempre. . . No pasa nada! !! Nada nuevo! !!
De acuerdo con la critica al score y postales de sc, pero el guion ? Al Luigi . . . todo bien.
Despues de ver Juan de los muertos, la espera a las bellas fue en vano.
Monsi