‘He escuchado decir que no es posible que una miss sea autoridad. Es una inseguridad que tiene que ver con la autoestima’ del boliviano.
Te bajas del colectivo y sientes que tu vida está en peligro. Escapas. Has leído la situación muy rápidamente. Hay un desorden, algo no cuadra en la realidad. Empiezas a sentir miedo. Cuando llegas a casa repasas la situación y te acuerdas de que había un hombre sospechoso escondido en algún lugar de la calle. Hay causas para el miedo”.
Para el cineasta Marcos Loayza, éste es un ejemplo de cómo funciona el conocimiento de la intuición. Ésta es fundamental en el pensamiento creativo del director de Cuestión de fe, que después de cinco años lejos de las pantallas de cine, se alista para el estreno en diciembre de su nueva cinta de ficción, Las bellas durmientes.
Son varios los elementos que se articulan para el nacimiento de este proyecto que llegará a la gran pantalla el 20 de diciembre: pensar una película no es nada sencillo y Loayza enfrenta cada nueva historia como un quiebre. “Lo más patético que le puede pasar a un artista es que comience a copiarse a sí mismo”. La imagen, para Marcos, es cosa seria que exige al creador una continua búsqueda de nuevos caminos, en los que la libertad de la intuición es un riesgo ineludible.
La ruta a Santa Cruz
Las bellas durmientes sigue con fidelidad la concepción creativa del cineasta. Para empezar, la película se sitúa en Santa Cruz de la Sierra, espacio que elige Marcos para pagar “una deuda pendiente”, filmar en la capital cruceña, pero también para establecer nuevas coordenadas en un ejercicio político cotidiano, como el que practica y defiende en el cine y la vida. Es que para Marcos, “poner la cámara es una decisión política” —guiño, por demás sugerente, a la famosa sentencia de Godard, “el travelling es una cuestión de ética”—.
En su dimensión política, el cine de Marcos Loayza hace una apuesta sostenida por hablar de los bolivianos, más allá de las caracterizaciones y los estereotipos. “Hoy, Santa Cruz es el resumen del país, por la migración, por la pujanza económica, pero también por la pujanza cultural”. Como espacio privilegiado para hablar de lo que somos los bolivianos, en Las bellas durmientes Santa Cruz es el escenario de un thriller policial, en el que un cabo comienza a desentrañar el misterio detrás de crímenes cometidos contra hermosas modelos.
“Los bolivianos tenemos una idea muy especial de la belleza: cuando un jugador de fútbol o un ministro dicen una barrabasada, no pasa nada, pero cuando una miss dice algo, todo se mueve”. Para Marcos, esto revela los preconceptos alrededor de la belleza que articulan las aristas de la discriminación en la sociedad boliviana. Si los bolivianos nos sentimos feos o no, tiene que ver no sólo con la posición de un ciudadano ante la candidatura política de una exmiss de belleza, sino también con los primitivos escalones de una intelectualidad política amenazada.
Para Marcos, poner sobre la mesa de discusión el tema de la belleza y su relación con la discriminación, abre paso para preguntarse sobre la autoestima de un Estado. “Alguna vez he escuchado a la gente decir sin muchos argumentos que no es posible que una miss sea autoridad. Es una contradicción, una inseguridad que tiene que ver con la autoestima variable de todos los Estados”.
Puede tratarse de un tema de ética. O, más precisamente, una cuestión de tolerancia. Desde Cuestión de fe, Loayza ha venido construyendo una forma particular de entender lo humano de sus personajes y sus historias, apostando por celebrar, discutir y criticar la democracia. “Cuando estaba haciendo esta película pensaba que hablaba de la religiosidad andina. En el fondo estaba hablando de la democracia, de lo que significa tolerar al otro”. Para el director, “tolerar es aceptar que el otro te afecte, no decir que aceptas al otro si está lejos de ti”.
Se puede ver esta última afirmación como una nueva ruta a partir del cine posible propuesto por Antonio Eguino, según señalan Santiago Espinoza y Andrés Laguna en su libro El cine de la nación clandestina (2009). Los tres personajes de la película de 1995, apuntan los críticos, no son “representativos de determinadas clases o regiones, sino individuos con particulares motivaciones y visiones de mundo”.
La tolerancia de la que habla el director toma, de esta manera, tintes completamente distintos: si hacer política no es militar en un partido, vivir en democracia es llevar una virgen de la ciudad a los Yungas paceños, en un camión bautizado como “La Ramona”, con peleas de gallos y borracheras de por medio. Democracia: aceptar que el otro te moleste, “que tu vecino cocine con mucho ajo o toque guitarra y tú no lo soportes”.
Si la primera película fue una “celebración de la democracia”, El corazón de Jesús (2004) plantea un escenario de malestar. La democracia del Estado, dice el cineasta, se desgasta: “y el Estado, desde 1825, es el mismo, lo vamos parchando, pero no cambia porque cambien los gobernantes”. La historia del empleado público, la burocracia de Estado en su más íntima expresión, las picardías que constituyen el “ser” boliviano, congregan otra particular forma de decir algo sobre la sociedad boliviana.
“Los hombres más poderosos de Bolivia son los empleados públicos, que no tienen militancia. Manejan el país y saben que lo hacen”. A pesar de esto, es discutible la posición frente al personaje, que oscila entre una simpatía fraternal y un enjuiciamiento ciego. “Pasa esto porque en el fondo te das cuenta de que tú tienes algo de pícaro. Haces un montón de picardías pequeñas que no las asumes. Juzgas otras, pero tienes las tuyas. Es una sociedad que se ha hecho así. El personaje es un subversor en el fondo, pero es un pícaro detestable que no puede ser justificado”.
Finalmente, como dice Marcos, “es fácil decir que hay buenos y malos, pero los seres humanos somos mucho más complejos que eso”.
Yo vengo del siglo pasado. Cuando era joven había la necesidad de verdades absolutas. Había un manifiesto del que no podíamos salirnos. Ahora nos dimos cuenta de que las cosas son relativas”.
Para el director de Las bellas durmientes, reconocer este cambio no borra las líneas del compromiso a la hora de hacer cine, más aún si la ruptura con uno mismo es la exigencia primordial.
Quebrar tradiciones propias para crear un estilo y evadir la repetición implica reconocer lo que está antes. Los maestros, los padres, están donde están porque son provocaciones a las que el artista debe responder: “soy heredero de Sanjinés, pero creo que mi cine se enfrenta a él, con buenas armas. Al crear tengo que desafiar, desterrar. Por ejemplo, en mis primeras películas había mucho plano secuencia. Lo acepto o rechazo, pero no puedo dejarlo de lado”.
Después del destierro, no queda más que hacerse una casa propia. “Cuando yo filmo sigo mi propio camino. Me doy cuenta al final del día de que tengo recurrencias. A la distancia se reconoce esto”. La casa de Marcos está llena de imágenes reveladoras, espejos que a la distancia se reconocen como únicos y que, a un mes del estreno de su nueva película, comienzan a interpelarnos nuevamente. La cámara ya corrió, pronto tocará tomar la butaca.
Cuestión de fe (1995)
La primera película de Loayza muestra una especie de sincretismo, una fe que no sólo proviene de la concepción judeo-cristiana de un escultor, sino que también brota de las creencias probabilísticas de un jugador. El azar es, de esta manera, un elemento vital en esta película. El recorrido se torna fortuito e imprevisible, razón por la que la fe de los personajes debe aflorar ante la presión de un encargo por cumplir. Una fe que construye imágenes de esperanza que se retroalimentan constantemente del anhelo y la confianza fraternal propias de dos viajeros que, al parecer, tienen una misma meta (el traslado de la escultura de una Virgen), meta a la que solamente pueden acceder por medio de un camino lleno de imprevistos. (Mitsuko Shimose)
Escrito en el agua (1998)
El encuentro de tres generaciones: abuelo, padre e hijo. Un viaje necesario para dejar la ciudad e internarse en el campo, el encuentro con uno mismo y los otros, el primer amor como el principio de la nueva historia, aquella que no nos van a contar. El conflicto familiar y su resquebrajamiento en la sociedad de fin de siglo, con internet como protagonista de un mundo posmo. El director produce en Argentina la película con más saudades de su carrera, en la que la música hace guiños a Bolivia y el sentimiento de exilio desborda la pantalla. El segundo largo de Loayza es una obra de adolescencia que perfila a un gran creador. (Claudio Sánchez)
El corazón de Jesús (2004)
Después de recuperarse de un infarto, Jesús, empleado público de un ministerio, regresa a su trabajo. Ya no tiene empleo y, al volver a casa, su mujer lo espera con las maletas hechas, lista para dejarlo. El fin del mundo está cerca, indudablemente. Sin embargo, un brillante plan, que tiene como protagonistas a una confusión en el hospital y la picardía de Jesús, parece solucionar la situación. De la burocracia de Estado a la burocracia de las emociones, Jesús es lo más parecido al hombre que se sienta junto a uno en el minibús. Jesús, como dicen algunos, está en todo lugar y puede ser cualquiera de los que nos rodean. De la fe al hecho pues, hay poco trecho. (Carolina Castillo)
http://www.la-razon.com/suplementos/escape/Marcos-Loayza-hurgar-prejuicios-belleza_0_1725427535.html